l Don Bruno de la novela representa la perversión del mito creado por Barry. Su negativa a crecer se manifiesta específicamente en el ámbito del deseo. En ese sentido, en el de huida de la vejez, transita por esos oscuros derroteros de la sociedad patriarcal donde los hombres, como dueños del poder económico, reemplazan sus mujeres por otras más jóvenes, más fértiles, más deseables.
Peter Pan, ese personaje atrapado en una eterna juventud, se lleva a Wendy al País de Nunca Jamás, como luego se llevará a la hija de esta, Jane, y más tarde a su nieta, Margaret. Don Bruno, embriagado por el poder de la violencia que le otorga su tiempo y su circunstancia, someterá sexualmente a Ángela, y más tarde a su hija, y más tarde aún a su nieta.
Bien es cierto que la ambición que lo ciega juega en el bando contrario al de su inteligencia. Ha logrado salir indemne de Córdoba y de Málaga, pero en Las Cumbres hallará su propia tumba, y no a causa de la vejez o del hijo de una de sus víctimas, sino de la que lleva, por partida doble, su propia sangre.
Don Bruno podría haberse llevado también su secreto a la tumba, y ahí está el quid de la cuestión. Si la tercera generación de esa estirpe de mujeres violentadas acabó con su vida, será la cuarta, engendrada en el deseo del narrador de conocer su identidad, la que desvele por azar la pieza que faltaba en el rompecabezas de su biografía. La cuadratura del círculo se ha cerrado.
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