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Ante esta tradición, que pudo tener sentido en la novela del siglo XIX porque eran otros sus intereses, determinados autores optan por lo imprevisible y elaboran argumentos destinados a sorprendernos a cada momento. El resultado es una sucesión de fuegos de artificio tan inverosímiles que la narración queda sepultada bajo su propia construcción.
Cuando me enfrenté a la escritura de Allí donde el silencio me propuse buscar un cauce alternativo a las dos soluciones anteriores: que el lector no se espere el desenlace de ciertos acontecimientos, pero que una vez que se produzcan y reflexione sobre ellos comprenda que no podía ser de otro modo, que todo apuntaba, aunque no se manifestase explícitamente, a que iban a desembocar en ese hecho.
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