Marzo de 1976. En Las Cumbres de San Calixto, un pueblo recóndito de la geografía española, un pintor austriaco recientemente asentado en él asesina a una anciana que vive sola a las afueras y viola a su nieta, quien acude cada tarde para ayudarle en las tareas domésticas. El párroco, que visita a la mujer todas las semanas, llega a la casa unos minutos más tarde y mantiene un forcejeo con el supuesto criminal durante el cual el artista pierde la vida.
Se da además la circunstancia de que la muchacha pertenece a la familia más acaudalada del lugar, un misterioso clan presidido por la siniestra figura del abuelo. La versión oficial de los hechos que maneja la Guardia Civil no convence a cierto profesor de la adolescente, un joven que ha obtenido su primer destino en esa localidad y que había trabado también una estrecha amistad con el presunto homicida.
Cuando el maestro se entera de que su alumna permanece recluida y no volverá a clase por expresa prohibición familiar, se sirve de otra compañera para hablar con ella a través de un radioteléfono, pero esa misma noche se presentan en su domicilio los tíos gemelos de la estudiante y le dan una paliza brutal.
Días antes había llegado al pueblo la ex novia del profesor con el objetivo de investigar los endemismos botánicos de la comarca. Pese a que él le había manifestado previamente su negativa a reanudar la relación, la joven bióloga se hace cargo de cuidar al antiguo amante. Mientras, el trastorno bipolar que padece este desemboca en una fase depresiva de tal magnitud que acaba ingresando en un sanatorio mental.
Ahora será ella quien, cumpliendo la palabra dada, emprenderá las indagaciones que él no pudo hacer, y a través de las cuales logrará saber que tanto la identidad del presunto asesino como la del abuelo de la adolescente violada son falsas. No conseguirá en cambio llegar hasta el fondo del asunto: en julio de ese mismo año un miembro de los GRAPO resulta abatido por la policía en una carretera comarcal. El antiguo novio de la joven sigue la noticia a través del televisor del psiquiátrico, y tras escuchar el nombre de ella intenta suicidarse.
Julio de 2003. El narrador, profesor de geografía e historia, se encuentra en Egipto documentándose para la elaboración de una guía turística. Es un trabajo mal pagado, aunque ese dinero contribuirá a atender las cuantiosas deudas que dejó la quiebra de una empresa montada años atrás. Durante el viaje ha conocido a otro turista, un tipo estrafalario que se une a él en su segunda visita al templo de Karnak. El historiador observa fascinado el atractivo de una dama que viaja protegida por guardaespaldas. Su acompañante se dirige a ella, la llama por su nombre y le recuerda que fue su profesor de ciencias naturales. La mujer se siente abrumada, procura eludirlo y ello da lugar a un grotesco rifirrafe con los escoltas.
A comienzos de septiembre este individuo se traslada a la ciudad del narrador, lo invita a cenar y le hace una propuesta aparentemente clara, la redacción de un periodo de su vida a cambio de una importante suma. El invitado ve la oportunidad de resolver buena parte de sus apuros económicos. Las primeras reuniones resultan sin embargo desalentadoras: lo que su cliente demanda no es en realidad la elaboración de una biografía, sino retomar la investigación que su novia apenas tuvo la oportunidad de iniciar.
De poco sirve que el narrador trate de renunciar al encargo; sólo él, que está con el agua al cuello, podría hacerlo. Basándose en las declaraciones de su cliente establece una línea de investigación centrada en el enigmático abuelo de su antigua alumna, alguien que se ocultaba en aquel pueblo y que poseía al mismo tiempo los contactos adecuados dentro del aparato franquista para hacer desaparecer, mediante la violencia del silencio, a quienes pretendiesen desenmascararlo. Un arduo trabajo de documentación que, como el propio investigador admite, equivale a la búsqueda de una aguja en un pajar.
Entre tanto, y de manera fortuita, el protagonista conoce a través de los medios el destacado puesto que desempeña dentro de su profesión la dama del templo tebano, la única víctima viva de los hechos acaecidos aquella tarde de 1976. La primera entrevista con ella concluye de forma abrupta en un par de minutos, y cuando el propio interesado ha desistido de la segunda los acontecimientos toman un giro tan inesperado que de la noche a la mañana se convierten en amantes.
El conflicto está servido. Al margen de que ambos ocupen posiciones políticas enfrentadas en un momento crucial de la historia reciente de nuestro país -con un punto álgido que transcurre del 11 al 14 de marzo de 2004-, él se verá abocado a la disyuntiva entre dos lealtades: la que mantiene hacia su cliente y amigo, cuyas aportaciones pecuniarias le han permitido sobrevivir a la ruina, y la que le debe a la mujer que ama, que no soportaría ver publicado el drama de su infancia y su adolescencia. Una situación que se agravará paralelamente al crecimiento de la obsesión del protagonista por llegar a saber, por demostrarse, en suma, que es el historiador que nunca fue.
Naturalmente él busca cualquier oportunidad de sonsacarle información sobre su familia, pero la que ella puede ofrecerle nunca alcanza a ese pasado que el abuelo se obstinaba en silenciar. Sin embargo hay algo que escapaba a su coerción, algo tan elemental como el lenguaje, de modo que a través de un simple giro dialectal de su nieta el protagonista dirige sus investigaciones hacia una ciudad. Y en ella descubrirá justo lo que andaba persiguiendo, la figura de uno de los mayores verdugos que actuaron en la retaguardia de la zona rebelde al comienzo de la Guerra Civil.
Así, paso a paso, alimentándose de fuentes orales en su mayoría, el narrador irá componiendo, al igual que un gigantesco rompecabezas, la trágica intrahistoria de un puñado de víctimas de aquel viejo monstruo. Bien es cierto que ello significará el sacrificio del amor que le une a la última descendiente de su estirpe.
Con los ingredientes propios del thriller, elementos de la novela histórica y bordeando a veces el melodrama, Federico Abad construye con eficaz sencillez una historia en la que la peripecia de los personajes y la concatenación de los acontecimientos se insertan con expresiva elocuencia en la historia de España reciente.
Al descubrir el engaño, al desvelar la impostura, al denunciar la complicidad de los que callan, ALLÍ DONDE EL SILENCIO es también y sobre todo un alegato en favor de la memoria y de la verdad.