El Caudillo y sus conspiradores

or qué se extiende el relato del narrador en este asunto? Una respuesta sencilla pasaría por comprender que escarba agónicamente en los basureros de nuestra historia, buscando la aguja perdida; su carrera de historiador deja mucho que desear, y pretende recuperar el tiempo perdido. Otra razón de peso es la de contribuir a derribar la imagen plana de Franco como la de un dictador omnipotente, un tirano que solo tenía enemigos entre los perdedores de la contienda.

Porque nada hay más lejos de la realidad. Franco fue un hábil administrador de la violencia más extrema, y una vez que logró deshacerse de sus competidores facciosos, a veces por medios turbios, se perpetuó acallando de forma sibilina las voces discordantes con suculentos beneficios, más suculentos si observamos al fondo la miseria del país. Y si el alboroto subía demasiado de tono solía recurrir a la demora, dejando que se pudriese solo, con esa proverbial flema tan explotada hoy día por otro gallego de nombre Mariano.

La trastienda del franquismo en sus primeros diez años se me antoja una pelea multitudinaria de gallos en las cloacas del Régimen. Por eso dejé que el narrador hurgase a sus anchas entre tanta pestilencia. Y por eso, solo por eso, hice que el misterio de la novela orbitara en torno a las puñaladas que se daban en la oscuridad aquellos próceres arrogantes mientras entonaban el prietas las filas. Claro que para conocer los detalles hay que cumplir con el canon del thriller, y aguardar hasta el final para encontrar la respuesta.

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