iente el hablante en su mensaje, todos lo hacemos a diario. Pero el lenguaje es un proceso tan complejo que sus rasgos fonológicos, morfológicos, sintácticos, semánticos y funcionales escapan por lo general a la conciencia del emisor, que acaba dejándolo todo perdido de huellas sonoras.
Bruno Ibáñez, obsesionado por borrar las de su pasado, no alcanza a comprender que tiene la batalla perdida en este territorio. Cuando sus restos reposen bajo la tierra, bastará una palabra de su nieta para abrir la caja de Pandora que alberga un escenario espantoso. Ya lo dijo el uruguayo: el lenguaje nunca miente. Ni siquiera el suyo.
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