Comentario de J. Castillejo sobre Allí donde el silencio

La lectura de ALLÍ DONDE EL SILENCIO logra poner al lector en tensión al introducirlo, paso a paso, en ese binomio ars detectivesca / ars amatoria donde resultaría fácil naufragar. Me ha llamado mucho la atención la forma de estructurar el relato en planos temporales no continuos, volviendo más de una vez a los mismos años para completar datos que encuentran su sentido precisamente porque se han desvelado otros posteriores.

A priori no se espera del narrador, un profesor centrado en sus clases, grandes recursos detectivescos como los que puede tener un detective profesional. Interpreto que para darle realismo y posibilidad a la acción investigadora del profesor es por lo que Federico Abad ha utilizado este recurso de planos temporales que, conforme avanza la narración, vuelven atrás o anticipan su desarrollo. Un ejemplo de ello sería el bando con el que comienza la novela y la transcripción que viene a continuación, aunque siempre habrá quien considere que no está ahí el comienzo de la novela, sino en el viaje a Egipto.

Creo que con este tratamiento de la búsqueda de la información necesaria para desvelar el misterio, el autor consigue dar credibilidad a la investigación de un profesor que ni esperaba dedicar su tiempo a algo así, ni estaba muy dispuesto en principio a hacerlo. Pese a este ir hacia delante y hacia atrás, el tempo va de ninguna información a toda al final de la novela. Buena solución literaria.

En mi opinión, la lectura de la novela va dando de forma simultánea dos tipos de información: una externa, la que poco a poco va consiguiendo el detective sobre ese caso que está investigando, y otra interna que sobre sí mismo y en la relación con el otro va descubriendo cada uno de los dos personajes conforme cada crisis se va resolviendo. Aunque la acción detectivesca esté bien tramada, considero que el segundo tipo de información, la que nace de los propios personajes y va afianzando la relación, le da a la novela más relevancia, pues la sitúa en un plano de universalidad que difícilmente podría alcanzar el estudio de un hecho concreto. Por eso valoro el tratamiento psicológico de los personajes. ¿Ante qué nos hallamos?, ¿ante una novela de detectives, o ante la construcción de relaciones humanas a través de sentimientos como el amor, la fidelidad a las ideas, la solidaridad, el deseo de justicia, etc.? Sería una buena cuestión para debatir.

Por otra parte, el segundo término del binomio al que me refería anteriormente es tratado con un tempo totalmente distinto: el amor surge desde el comienzo de forma impetuosa, arrolladora, sin condiciones, ajena a circunstancias y convenciones, como si todo estuviera ya dado desde este principio. Sin embargo, es necesaria una acción catártica en los dos, catarsis que se logra a base del planteamiento y la resolución de sucesivas crisis. Mediante ellas, el narrador irá descubriendo otro tipo de información sobre sí mismo y sobre Carmen más valiosa que la propia información del caso, y Carmen se situará en una posición de violencia hacia sí misma que la llevará poco a poco a la ruptura y la liberación de ese mundo interior, de sentimientos tormentosos con que la habían marcado durante su niñez y adolescencia. La hija común es el final del mutismo y del sentimiento rencoroso de Carmen. Buen final. Me gusta el tratamiento de este aspecto psicológico de los personajes.

El lenguaje empleado tanto en la narración como en las intervenciones dialógicas me parece muy adecuado, muy preciso; se agradece que el autor no se pierda en divagaciones innecesarias.


José Castillejo
escritor

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