Territorio del relato

arcelona y Sevilla, las ciudades de Carmen y del narrador, forman parte importante de su paisaje, pero también el Madrid golpeado aquel 11 de marzo de 2004, donde cada uno de ellos escenifica el brutal enfrentamiento de un país.

Su primer y extravagante encuentro se da en Luxor, punto de partida de la novela sensu stricto, y el segundo y no menos extravagante, en Cádiz. Sanlúcar de Barrameda se suma a la extravagancia, y no sabría decir si a causa del desencuentro o del encuentro posterior.

En Málaga asoma por partida triple el cabo del hilo de Ariadna que conduce al narrador-Teseo hasta la salida del laberinto. Esa puerta es Córdoba, cuando la ciudad se está viendo sometida al horror y a la muerte.

Alicia viaja a Palencia y a Teruel persiguiendo su propia aniquilación. Wilfried pasa por Asís antes de comenzar a labrarse la suya en Zaragoza. Su padre, en cambio, encuentra en Lübeck la mano que le devuelve a la vida, y el narrador mantendrá la última conversación con Eugenio desde Nueva York. Después ya no será posible.

El escenario del drama original se sitúa, sin embargo, en un territorio mítico, y por ello mismo evité que se pudiera identificar. La capital de la provincia, donde vive Eugenio, es innombrable –¿no será Eugenio, en el fondo, un personaje fantástico dentro de la ficción?–. No existe como tal Las Cumbres de San Calixto, el lugar donde se desencadena el conflicto, ni tampoco Azulejos, la capital de la comarca.

La frontera entre lo real y lo ficticio: el territorio de la imaginación.


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